La Realidad Cotidiana en la Historia del Arte /03


Análisis de la representación de lo cotidiano
con una orientación progresiva hacia
el entorno edificado, lo intrascendente
y su abstracción







Con la aparición de las civilizaciones griega y romana, las manifestaciones artísticas dejarán de tener un único fin propiciatorio para convertirse en el arte de finalidad placentera que tan bien conocemos. Este arte imitará la naturaleza y su perfección armónica, tomando al hombre como medida ordenadora de todo lo que existe. El hombre al fin se autoafirma en el mundo y reconoce su capacidad para descubrirlo o transformarlo. El griego estructura una sociedad sustentada por esclavos que le permite desarrollar un nuevo concepto de existencia dedicada a sí mismo; a la búsqueda del placer y el conocimiento que mejoren su calidad de vida. La temática, por lo habitual mitológica e histórica, se utilizará para exaltar su perfección física, su moral y su desarrollo como civilización, dejándonos entrever en ocasiones sus formas de vida más corrientes.

Pocos testimonios han quedado de la pintura clásica griega. El conocimiento de su creación prácticamente se le debe a las fuentes literarias que hicieron mención a ella. Con la frágil pintura en caballete perdida por completo, sólo ha quedado una escueta muestra de algún fresco funerario, como las fascinantes escenas que aquí se muestran de la Tumba del Bañista, en Posidonia (Paestum). Desgraciadamente, la arquitectura funeraria monumental, la más apropiada para conservar los frescos, no fue muy recurrente en la cultura griega.




Arriba, pintura que cubre la techumbre de la tumba, donde un joven se lanza al mar (según da a entender el aparente oleaje) desde un trampolín artificial. El entorno natural queda esbozado con dos simples arbolitos. Esta escena se ha interpretado como símbolo de purificación.

En la página siguiente, otra pintura mural en la Tumba del Bañista. Cubriendo totalmente un lateral de la estancia, aparece la representación de un sympósion griego, donde varios hombres, en actitud afectuosa, beben y charlan recostados sobre klines. Mientras unos ofrecen su kylis para que les sirvan más bebida, otros se encargan de amenizar la velada con la música de una lira.


La pérdida de la pintura queda compensada relativamente con el gran volumen de vasijas decoradas que se han conseguido conservar.

Fueron muchos los pintores de cerámica que se inspiraron en las imágenes de cuadros y frescos; es más, un buen número de ellos las copiaron con todo detalle. Así, los progresos que se dieron en la alta pintura se hicieron notar en la decoración de los vasos, entre los que se cuenta la introducción de una perspectiva que daba profundidad a la imagen por la vía de distribuir en la composición figuras del mismo tamaño a distintas alturas. La agilización del trazo en el dibujo y los conocimientos adquiridos en el estudio anatómico tuvieron también su reflejo en la pintura vascular.

Se podría pensar, por el esmerado adorno, que los vasos griegos sólo tenían un fin decorativo; en cambio, éstos cumplían una función práctica dentro del hogar y se utilizaban para guardar ungüentos o perfumes, conservar productos alimenticios y para beber.

Debajo, kylis o copa utilizada para beber vino aguado en los simposios, con ilustración de este mismo tipo de reuniones, donde se bebía y se comía al tiempo que se recitaba poesía, se cantaba o se debatían asuntos de interés general.






Con una esplendorosa economía sustentada por el trabajo de esclavos en un altísimo porcentaje, los ciudadanos griegos de pleno derecho disponían de mucho tiempo libre para dedicar a otras actividades, como la política, la filosofía, el arte, deportes y demás aficiones ociosas.

En su vida diaria, la cena de la tarde podía ir seguida de un simposio organizado por un anfitrión para invitados del sexo masculino (la costumbre dictaba que las esposas e hijas estaban excluidas). Estas convenciones no incluían a los sirvientes, músicos, bailarines/as y hetairas que se encargaban de atender a los asistentes y amenizar la velada.

En las ilustraciones, pinturas rojas áticas en el fondo de copas o kylis de los siglos VI y V a.C. representando distintas escenas de simposios. Arriba, un músico tocando el aulos.

En el centro, una hetaira lisonjeando a un asistente a la reunión. En una sociedad en la que los hombres tendían a un matrimonio tardío, que raramente era contraído por amor, y en donde a las mujeres se las disuadía del diálogo con o acerca de hombres, estas cortesanas, dentro de la legalidad, jugaban un papel esencial.

Al lado, una sirvienta ayuda a un joven griego a aliviar su intoxicación. Normalmente, el más veterano de la reunión supervisaba la mezcla de vino con agua adecuada para, teóricamente, de forma saludable, relajarse, desinhibirse y estimular la conversación. Sin embargo, muchas eran las ocasiones en que la tertulia daba paso a comportamientos licenciosos y violentos provocados por un alto grado de embriaguez.

De esta forma, mientras las ciudadanas griegas, sin apenas derechos democráticos, se quedaban recluidas en sus casas dedicadas por completo a la organización de las tareas del hogar realizadas por la servidumbre y al cuidado de sus hijos, los hombres pasaban la mayor parte del tiempo fuera de sus hogares, lejos de las ataduras de la vida familiar.
























Arriba, dos imágenes de una misma terracota del siglo VI a.C. en forma de lekythos. Estas figuras negras representan una de las tareas del hogar a las que las mujeres griegas prestaban especial atención. A la izquierda, dos mujeres trabajan en un telar que se mantiene tensado por unos pesos atados en el extremo inferior de la urdimbre. La mujer de la izquierda empuja el hilo de trama mientras que su compañera separa los hilos de la urdimbre con una vara. La parte ya tejida se enrolla en lo alto del telar. Otras fases de esta labor se pueden apreciar también en este lekythos, como el pesado de las lanas, su hilado y, en última instancia, el doblado de los paños acabados como se muestra en la imagen de la derecha.

Las griegas confeccionaban la ropa usada por cada miembro de su familia así como otros textiles de la casa. La habilidad en el tejido daba testimonio del valor de una mujer; aumentaba su atractivo y se la consideraba una buena esposa. Con el matrimonio como fin primordial, generalmente a la temprana edad de 15 años, las niñas de las clases acomodadas iniciaban su educación en las tareas domésticas a los 6 años. Sólo en época tardía acudirán a las escuelas.


La educación de los niños griegos era muy diferente a la de las niñas. A los siete años los hijos varones de las familias aristocráticas eran enviados a escuelas privadas donde se iniciaban en las humanidades y más tarde en los deportes, entre los 12 y 14 años.



Arriba, en el fondo de un kylis del 480 a.C., un joven está sentado escribiendo a pluma sobre una tabla-escritorio que apoya sobre sus rodillas. Frente al joven, una cesta que servia para archivar los rollos escritos.

Al lado, ánfora panatináica de 367-366 a.C. que, llena de aceite de oliva, se otorgaba al vencedor de los juegos anuales celebrados en honor de la diosa patrona de Atenas, Pallas Atenea. Se ilustra con un combate entre dos jóvenes educados en las palestras de la ciudad, con el árbitro a la izquierda y otro participante esperando su turno.

Todas las familias procuraban además completar la educación de sus hijos dejándoles bajo la tutela de un protector de renombre, con quien el educado adquiría íntima relación. A los 18 eran declarados efebos, momento en que el Estado se ocupaba de su educación militar, política y administrativa durante tres años. Con 21, los jóvenes se convertían en ciudadanos de pleno derecho.

Para los griegos, una educación integra y adecuada sería la que cultivara a la vez el cuerpo y la mente de la forma más extensa posible. La preparación física y la enseñanza en letras y ciencias se completaba con un aprendizaje artístico.


A la derecha, cilix ático de figuras rojas del 480 a.C., donde se pueden ver estudiantes aprendiendo a recitar y a tocar la lira junto a sus maestros. Su protector o pedagogo, sentado a la derecha, espera a que termine la clase.

Ahora bien, todas las actividades cotidianas aludidas hasta el momento solamente se han referido a una mínima parte de la sociedad griega, los ciudadanos libres de familias prósperas, quienes podían permitirse una vida ociosa dedicada al aprendizaje y el entretenimiento. Para la mayoría de los habitantes de la península griega el trabajo duro era su principal ocupación.

La pobreza podía reducir a cualquiera a la esclavitud, bien ante la imposibilidad de pagar sus impuestos (convirtiendose en esclavo público), o teniendo que depender de algún particular para conseguir alimentos (esclavo privado). El esclavo público era propiedad del gobierno y podía desempeñar diversos oficios relacionados con la administración; desde contable, escribiente, secretario o cobrador, a carcelero, verdugo o policía. Los esclavos que pertenecían a alguien concreto se encomendaban a cualquier labor para la que fuesen requeridos, tanto para tareas domésticas, vigilancia o cuidado de los niños, como para trabajar en el campo o en las minas.















Arriba, a la izquierda, esclavos recogiendo aceituna. Pocas veces se ilustraban vasos con las tareas del campo, aunque éstas fueran el sustento de la mayoría.

Arriba a la derecha, detalle de una hidra, vaso que servía precisamente para recoger agua de la fuente pública, como indica su decoración. Los caños de la fuente solían estar bellamente adornados con forma de cabeza de león o asno. La tarea de recoger agua era exclusiva del sexo femenino; en las casas más pudientes, las esclavas eran las enviadas.




Al lado, esclavos preparando un atún en la cocina mientras dos perros observan la acción.


Algunos esclavos tenían la fortuna de ser diferenciados del resto. Éstos eran expertos artesanos, que podían vender sus productos ganando lo suficiente para vivir fuera de la casa de sus dueños y pagarles además un porcentaje.

A la derecha, esclavo en el taller haciendo zapatos bajo la atenta mirada de dos clientes.






Otra parte de la población sin derechos de ciudadanía la constituían los llamados metecos, los nacidos en otro lugar o sus hijos. Se dedicaban al comercio y la artesanía y, aunque no podían poseer bienes inmuebles ni tierras, ni casarse con mujeres del lugar, les estaba permitido participar en las fiestas sociales e incluso recibirían encargos del estado. Los deberes de los metecos eran acudir al servicio militar y pagar sus impuestos.


En las imágenes de la izquierda, ilustraciones en negro del lugar de trabajo de un alfarero rodeando toda una vasija datada entre los años 510-500 a.C. Arriba, un hombre moldea un cúmulo de arcilla con su propio cuerpo en la primera fase de su labor. Debajo, y correspondiendo a una de las asas del vaso, se encuentra a otro hombre trabajando en una gran ánfora; precisamente añadiendole una de las asas.





A la derecha, decoración de un ánfora del 560-530 a.C., donde se puede ver a unos mercaderes pesando sus víveres.

La gran expansión que tuvo el comercio en la Grecia Antigua, al contrario que el comercio moderno, no estuvo relacionada con ningún importante hallazgo científico. Si bien, lo que más tarde le vendría a dar el impulso definitivo sería la invención de la moneda.














La ilustración en la Antigua Grecia también trató, aunque tímidamente, exteriores e interiores cotidianos.


A la izquierda, vasija para vino del 480 a.C. Un esclavo africano lleva a un camello de paseo por la calle (un árbol detrás lo indica ). Animales exóticos se mostraban en las calles a cambio de dinero. Arriba, interior de una bodega en el 470-460 a.C. Debajo, en un vaso del 450 a.C, dos mujeres con huso y telar a la puerta de su casa, que entreabierta deja ver una cama con almohadones.













El arte del Imperio Romano se caracterizó por aglutinar el arte de diferentes culturas. Heredero directo del arte de la Grecia conquistada, además se vio influido por el medio itálico y etrusco, al igual que por todos los pueblos que Roma invadió en su proceso de expansión. Este arte romano manifestará una mayor inclinación hacia la ingeniería que hacia las artes puramente visuales.

Es cierto que los romanos eran un pueblo con un sentido práctico bastante agudizado, sin embargo, esto no contradecía en absoluto su refinado gusto por la decoración. Esta aparente paradoja quedaba resuelta con el uso que supieron dar a la pintura mural y al mosaico. En el caso de las casas abiertas al público, los romanos pintaban sus entradas o aplicaban un mosaico sobre el suelo con motivos que indicaran lo que allí se ofrecía. Ante la escasez de ventanas en la arquitectura popular, las paredes se llenaban de bellas ilustraciones, bien para sugerir el destino de cada habitación, o para crear la ilusión de un espacio más abierto. En los dos supuestos se han podido encontrar escenas más o menos cotidianas u objetos de uso diario en la vida de la Antigua Roma.

A la izquierda, panes recién hechos son vendidos al público desde un mostrador. Fresco del año 70 d.C encontrado en lo que fuera la entrada a una panadería. Debajo, fresco que decoró la entrada de un lupanar romano. En él se muestra la división del edificio en cuatro cabinas numeradas, indicando sobre cada una de ellas el servicio ofrecido sin las inhibiciones modernas.



Arriba, el llamado “Fresco de Ercolano”, de entre los años 30 y 60 d.C. Increíble naturaleza muerta con unos melocotones en rama y una jarra de agua situados en distintos niveles. Mediante luces y sombras se simulan estantes que bien podrían ser los de una alacena de cualquier hogar romano.

Debajo, a la izquierda, otro bodegón de atmósfera doméstica que representa los hábitos alimenticios de una familia en Pompeya. Entre otros alimentos de la composición sobresale una gran copa llena de frutas como granadas y uvas. A la derecha, fresco del año 50 d.C. que representa un pequeño jardín con árboles frutales y otras plantas típicas de los jardines romanos.






Al lado, mural datado en el año 50 d.C. de la Villa de los Misterios Dionisíacos en Pompeya. Aquí se representa una flagelación, ritual iniciático del culto al dios Dionisios, popular entre las mujeres romanas.

Debajo, “Los Músicos Callejeros”, mosaico del año 100 a.C. El mosaico tuvo un importante papel decorativo en los hogares nobles, como este realizado por un gran artista para la Villa de Cicero en Pompeya.

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